h e l l o
goodbye
❝Hello, hello. I don't know why you say goodbye, I say hello❞

Black-Capítulo 17

Ámbar y Dylan salieron de la bóveda con la certeza de que probablemente se encontrarían luego envueltos en algún conjuro misterioso o peligroso. Tanto ella como él sabían que no podían confiar en los poderes oscuros -creo que todo el mundo lo sabe-.
Al levantar la trampilla de madera raída se encontraron en una galería abandonada con columnas de mármol y suelo bordó algo sucio. Miraron hacia atrás. Ya no era el pasillo que conducía a la bóveda, si no la misma galería en que estaban, con los mismos dibujos pintados en el techo, igual de arruinados. Empezaron a caminar. No importa qué tan lejos miraran, la galería parecía ser infinita. A lo largo de ella, se podían ver varias puertas de distintos colores, formas y tamaños. Todas tenían el mismo signo grabado en oro: un corazón roto. Incluso en la trampilla podía verse ese símbolo, en blanco.
Arriba de cada puerta, había un reloj, también en forma de corazón, que indicaban la misma hora.
El suelo dejó de ser bordó. Ahora era un espejo, al igual que el techo. En él se reflejó un hombre vestido de negro que tenía una máscara dorada y el corazón roto tatuado en negro en la frente de ésta.
-Bienvenidos.-dijo-Soy el Séptimo Guardián.
-¡Queremos volver a casa!-dijo Ámbar llorando, por primera vez en mucho tiempo, lágrimas transparentes y puras.
-Entonces... vamos a hacer un pequeño trato. Tienen veinticuatro horas para adivinar cuál de estas puertas lleva a su mundo.
-Si adivinamos, ¿van a volver a unir la estrella?
El Séptimo Guardián se quedó callado.
-Sí.
-¿Y van a devolver a Carla completa?
-Sí. Veinticuatro horas, ni un segundo más.-y desapareció.
Ámbar sabía que iba a hacer trampa. Lo sabía muy bien. Conocía ya los poderes oscuros, que la habían encadenado por días. Miró los relojes. Todos movían las manecillas exactamente al mismo tiempo, ni un segundo de atraso. Era la una de la tarde y el cielo era tan negro como a las dos de la mañana. Por más que hubiera tantos relojes, para Dylan y Ámbar no había tiempo ni días ni meses ni horas. No había salida. Eran infinitas las puertas y las horas escasas, ¿cómo podrían averiguar en tan sólo un día qué puerta conducía a su mundo?