h e l l o
goodbye
❝Hello, hello. I don't know why you say goodbye, I say hello❞

Black-Capítulo 7

-O sea...que mis papás pueden estar vivos.-dijo Ámbar llena de alegría.
-Ámbar-le dijo Carla- mirá el color de la hoja. Esto es viejo. ¿Quién te dice que no se murieron acá?
-Los encontraríamos. Se escaparon, Carla, se escaparon. ¿O si no cómo explicás el túnel?
Carla no volvió a discutir.
-Estoy cansada-dijo.
-Yo también. Vamos a casa.
Ámbar abrió la puerta de madera, se paró en uno de los escaloncitos y pegó la oreja al techo del túnel. No se escuchaban pasos.
-Vení-le dijo Ámbar a Carla.
Ámbar empezó a bajar los escalones hasta que tocó el sucio suelo de cemento. Carla bajó torpemente y la siguió. Esta vez, los únicos ruidos que se oían era el eco de sus voces y sus rodillas. Los cabellos de Carla, una cortina bicolor, tapaban sus ojos marrones con mechones rubios y castaños. Sus manos se enredaban y golpeaban contra el piso. Ámbar iba seria adelante, cuidándose de no ser oída ni vista. Podría ser que su cabello corto no la ocultara, pero en sus adentros se sentía tan invisible como expuesta, tan hermosa como fea y tan acompañada como sola. Miraba de a ratos a Carla, aquella amiga que era invisible, hermosa y popular. Con el diario de su mamá en brazos, atravesaba en piso de cemento. Pensaba en su hermana, dos años mayor que ella, que hace ya tantos años extrañaba como si hubiera perdido a su mejor amiga, a su única amiga. Y era así: su mejor amiga y su única amiga. Ese día iba a estar de duelo, como si sus padres hubieran muerto el día anterior. Entre pensamiento y pensamiento, llegó al final del túnel, la parte que subía hacia la puerta, una que estaba varios metros arriba y sin escalera.
-Carla-dijo Ámbar sin despertar aún de su sueño.
-¿Qué?-dijo ella, corriendo su flequillo hacia el costado, dejando ver sus enormes ojos marrones detrás de un mechón rubio.
-Hay que subir. No hay escaleras.-dijo, ya despierta.
-Tengo una idea: yo me subo arriba tuyo y después te subo, ¿ok?
-Dale.
Ámbar avanzó un poco más para que Carla pudiera subirse sobre ella, ya que el túnel era muy chiquito. Carla, con cuidado, puso su pelo a un lado y lo agarró con una mano. Se subió tambaleando a las espalda de Ámbar.
-Ámbar, no llego. ¿Me bajo?-preguntó.
Ámbar suspiró.
-Bueno.
Carla se bajó.
-Mejor arriba de tus hombros.-dijo
Ámbar resopló. Se agachó mientras que Carla se sentaba. Ámbar sujetó sus zapatillas converse y se fue parando. Carla se sostenía de las paredes. No había sido su mejor idea. Su cabeza iba elevándose y la puerta se acercaba un poco más. Entonces, estiró el brazo, dejando volar su pelo largo, acomodándose sobre su hombro derecho. Y su brazo, entonces, empujó la puerta, dejando entrar agua negra de a gotitas. Carla se tapó la cara.
-¿Salgo?-preguntó.
-No, quedate que acá está hermoso. Podemos invitarlo a Manuel Belgrano.-ironizó Ámbar, empapada y cansada.
Carla se rió y salió.
Ámbar estiró los brazos para que su amiga las subiera. Carla se acostó boca abajo con asco sobre el suelo embarrado. Extendió los brazos hacia su amiga. Era inútil. No podía.
-¡No llego!-le gritó.-¡Saltá!
-¡Nena! ¡Si salto te tiro!-dijo Ámbar, con su cara ya negra.
Carla entonces se tiró al agujero, agarrándose de la tierra embarrada.
-Trepá-le dijo.
Ámbar se agarró de los talones de Carla y empezó a trepar. Carla empezó a resbalarse.
-¡Más rápido!-gritó.
A lo lejos, el ladrido de un perro sobre la lluvia negra y el amanecer rosado. Ámbar empezó a subir más rápido, haciendo que las manos de su amiga empezaran a retroceder.
-¡Ámbar!-gritó
Ella ya estaba a la altura de sus hombros. Las sucias manos de Carla estaban ya casi en el borde de cemento. Ámbar se hizo a un lado y se quedó colgando como ella para que su amiga no se resbalara.
-Subí-le dijo Ámbar. Carla sonrió y se incorporó.
Ámbar la siguió con las manos tanto o mas embarradas que ella. Ambas corrieron. Entonces, dejó de llover. El perro dejó de oírse. De repente, todo era perfecto. Carla y Ámbar fueron caminando hacia el auto. Entonces, Carla se resbaló con el barro. Su mano izquierda cayó sobre un charco negro sobre el que se reflejaba la luz rosada del sol de la madrugada. Sus dedos tocaron algo frío, duro. Y, al incorporarse, lo liberó de su prisión de agua oscura. Era un diamante negro, negro como la noche, negro como la lluvia, negro como la muerte...como la maldad.