Acabábamos de llegar hacía unas horas, el Gigante Rojo descansaba tranquilo del largo viaje que tuvo que emprender junto a estos tripulantes de los cuales llegaron solo tres a destino, y esta noticia no podía ser más que una horrible sorpresa. Loi estaba desconsolada y yo, destruida. Papá no iba a llorar, pero yo noté que tenía miedo, mucho miedo. Cada palabra era una daga en mi corazón, cada letra era una bomba. A medida que avanzaba, más lágrimas comenzaban a fluir. Cuando llegó al punto final rompí en llanto.
Él suspiró muy profundamente. Loi levantó a Grindi -la gata gris que encontramos en una costa hacía seis meses- y se fue hacia su cuarto.
-Xaia... tengo que contarte algo. No será fácil, ya que tu madre... bueno, sé que fue una gran pérdida para ti... para todos en realidad. Y que tuvimos que dejar todo atrás para venir aquí, a Tría y estuvimos dieciséis años viajando... que cuatro de ellos no tuvimos a Mei... Y todo este viaje para escapar de la guerra que hace dieciocho años que empezó... Dieciocho.
-Lo sé.
-Lo sabes.
Asentí. No sospechaba qué era lo que podía llegar a decir.
-Tengo que ir.
-¿A dónde?-mi corazón dio un vuelco y esperé que mis pensamientos estuvieran equivocados.
-Tengo que ir a la guerra yo también-ante mi cara de angustia hizo una breve pausa. Bajé la cabeza y de a poco empezaron a caer las lágrimas, muy lentamente.- Sé que es difícil, pero saben que huimos, después de dieciséis años desde que escapamos, finalmente nos localizaron. Por ahora están a salvo aquí en Tría porque la guerra no llegó aún.
-Papá...
-Quiero protegerlas. Sabes bien que esta guerra ha costado millones de vidas en vano, y que estoy completamente en desacuerdo. Pero no hay otra elección. Toda esta isla corre el riesgo de ser invadida... toda Tría en realidad. Somos fugitivos, Xaia. No es fácil vivir así.
-Pero... nunca nos habían encontrado.
-Sí. Pero he hecho un trato con ellos. Saben de ustedes y les dije que a cambio de su seguridad me uniría a ellos. Por un tiempo estarán seguras, yo les advertiré cuando se dirijan hacia acá.
-Tiene que haber otra manera... ¡Papá por favor no te vayas!
-No sé si las hay, pero ya hay un trato, no creo poder cambiarlo.
No pude seguir hablando con un nudo tan grande en mi garganta. Bajé la cabeza y dejé que las lágrimas fluyeran con naturalidad.
-Te amo.-le dije con la voz entrecortada.
Papá me tomó en brazos como cuando era pequeña. Pude notarle algunas canas y unas cuantas arrugas. No, ya no era como cuando era pequeña. En muchas guerras, recuerdo, los soldados eran jóvenes. Pero esta es tan despiadada que todos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos se arman y se matan sin razón. No entiendo bien por qué, ni voy a entender, jamás voy a entender a este estúpido mundo. Esta vida no deja de quitarme cosas que necesito.
-¿Cuándo te vas, papá?
-En dos semanas. Lo siento hija.
-No... lo haces para proteger a tu familia.
Papá sonrió.
-Me alegra que entiendas. Voy a extrañarte mucho, princesa.
Tenía mil y una dagas clavadas en el corazón, en la garganta, en el alma y en todo el resto de mi ser. Pero no iba a llorar en frente de papá. Él tenía razón, no hay otra opción. Es muy duro para mí y para él sobre todo tener que afrontarlo pero él se está sacrificando por nosotras dos y por el resto de Tría. Es un héroe, siempre lo será. Dibujé como pude una sonrisa triste, que más bien pareció una mueca. Papá se percató de eso, de mi tristeza, pero no dijo nada porque no quería hacerme sentir que yo lo entristecía. Es complicado pero los dos intentábamos no lastimar al otro con la tristeza. Él también esbozó una sonrisa triste y me abrazó sin decir más. Me tragué el nudo en mi garganta, preferí esperar un poco para llorar por todo. Por mamá, por papá, por la guerra, por mi casa, por el fuego, por los helicópteros naranjas, por Loi. Por todo. Lloraría todo lo que no lloré en dieciséis años, todo lo que no grité, lo que no liberé, lo que apresé en mí, todas las tristezas y los nudos que tragué como ahora mismo intento hacer los voy a liberar en mi habitación. Tal vez en el bosque. Pero no en frente de papá. No lo lastimaría a el como estoy yo de lastimada.
-Xai, ¿dónde estuviste?
Estaba acurrucada en las piernas de papá. Abrí mucho los ojos y levanté la cabeza. Recién ahí me percaté de que seguía mojada. ¿Le decía la verdad o no? No supe qué hacer.
-Explorando la ciudad.-iba a llorar también por haberle mentido.
-¿Sí? ¿Qué te gustó?
No le iba a mentir de nuevo.
-El bosque.
-¿Qué viste allí?
-La lluvia.
Me miró. Se quedó callado y muy incrédulo me dijo:
-Hiciste lo que tu madre, ¿no?
Asentí. El nudo en mi garganta disminuyó lentamente, muy de a poco. No le mentí. Pero noté que se quedó mirando fijamente hacia la nada.
-¿Qué ocurre?
Esperó un poco.
-Recuerdo bien ese día. Corrí hacia el bosque buscando algo, sin saber qué. Me adentré de a poco. Tenía bastante miedo porque estaba algo oscuro allí. Me tropecé con una rama y recuerdo que escuché el grito de Mei. Por alguna razón supe que era lo que estaba buscando y corrí hacia donde lo escuche, por más miedo que me diera. Cada paso mío era un gemido suyo. La observé muy oculto en un grueso árbol. Ojos verdes, pelo rojo. Era más alta que yo. "No te asustes" le susurré. Ella se calmó. Empezamos a hablar y nos hicimos amigos muy rápidamente. No quería dejarla ir cuando empezó a oscurecer. Pero la dejé, y estuve arrepintiéndome todos los segundos que estuve sin ella. Hasta que la vi en ese aeropuerto. Tú sabes esa historia, ¿no?-asentí-...Al perderla....no podía creer cómo fue que cometí el error de dejarla ir otra vez.-sus ojos se humedecieron. Le tomé la mano.
-No fue tu culpa, papá.
Me sonrió. Me miraba como si yo lo comprendiera. Pero no me imagino el dolor de dejarla ir y cometer de nuevo el mismo error pero para siempre. Sólo le devolví la sonrisa. Pobre. Él había sufrido mucho.
-Yo...-dije- Vi algo.
Me miró atento.
-Es decir... me conecté con la lluvia. No puedo decirte bien, pero baile... no sé, fue mágico.
-Entiendo... la magia no se explica con palabras.
Sonreí. Tenía razón. Es y siempre será mi héroe. Le di un beso y subí a mi alcoba. Encontré a Loi en el camino, que me abrazó y me llenó de besos y lágrimas mientras decía "Pobre niña, yo entiendo tu sufrimiento, mi amor, sabes que te quiero y que siempre te cuidaré mientras tu padre no esté, confía en mí, todo saldrá bien" y cosas así. Yo le sonreí, acaricié a Grindi y me fui a mi alcoba. Las dagas punzaban cada milímetro de mí y dolían demasiado. Lastimaban cada parte de mi ser. El enorme nudo en mi garganta regresó, amenazando con ahogarme. Tomé la oxidada llave de mi cuarto y me encerré. Me sumergí en un llanto eterno y ruidoso. Me desquité con el colchón, la almohada, las sábanas y las frazadas. Golpeé el piso, las paredes, arrojé cosas a todos lados. Grité hasta que no me quedó ni un hilo de voz, escupí cada uno de los nudos que había ocultado cada vez que sufrí. Por no lastimar a nadie me lastimé a mí. Me ardía la garganta, pero ya no me ahogaba en nada más salvo mis lágrimas. Me revolqué en el suelo apretujando las mantas. Me sequé los ojos y me acurruqué en mi cama. Ya no iba a gritar más. Intenté dormirme para que todo dejara de doler. Arreglé un poco las sábanas y el resto de mi lecho para que nadie sospechaba. No pensaba despertar, una pesadilla había empezado ese día y me seguiría atormentando hasta el fin de esa guerra. Prefería estar en una pesadilla que sabía que no era real, de la cual ni siquiera me sacaría, ¿para qué? ¿para despertar en una peor? Ya no entendía por qué tenía que perderlo todo, por qué querían sacarme todo lo que tengo. Ya no me importaba, ya estaba sumida en un sueño profundo, un sueño mucho mejor que la cruel realidad que vivía en ese preciso instante.