El cielo rojizo del ocaso se mezclaba los cabellos pelirrojos de Mei, y la luz brillante iluminaba su rostro pecoso y alegre mirando a las estrellas que ya empezaban a centellear en el firmamento repleto de nubes anaranjadas y violáceas.
Ese día había nacido Xaia, su hija, idéntica a ella, con el mismo rostro soñador, inocente y travieso a la vez, de rasgos suaves e increíbles ojos verde esmeralda. Perfecta.
Ese día hace mil años, el mundo había nacido nuevamente, después de un apocalipsis causado por la tecnología avanzada del hombre.
Ese cielo tan perfecto se tornaba más oscuro a cada segundo, dejándole lugar a una noche de luceros parpadeantes y nubes violetas. La brisa cálida de la primavera se filtraba por el ventanal abierto de cristales limpios, haciendo sonreír los labios pintados de escarlata de Mei, alborotando cada mechón de pelo, calentando sus brazos desnudos. Se olvidó de la guerra que se desarrollaba hacía dos años, aunque en otros continentes.
No debía. No debía porque esa noche, la guerra iba llegar a su continente, a su casa, a cada árbol de cerezo que estaba plantado en el jardín, cada flor rosada que coloreaba el patio de piso empedrado.
Sí. El viento se empezó a intensificar cada vez más, cuando Mei se dio cuenta de que llegaban los helicópteros naranjas. Su dulce sonrisa se transformó en una mueca de angustia, y luego en una expresión de susto. Se alejó de la ventana. Tomó a Xaia entre sus brazos y entró en su dormitorio, donde Bre, su esposo, y Loi, su madre, charlaban sobre la niña.
Bre la miró. Pelo largo hasta la cintura, rojo, una falda floreada y una blusa de seda rosa pálido. Era hermosa.
-No tengas miedo, Mei. Ya sabemos qué hacer.-le dijo.
Y salió del dormitorio , dejando la habitación a oscuras. Loi lo siguió. Mei miró a través de las cortinas blancas. La sombra de los Hombres se dibujaba algo borrosa. No tardó en notar el fuego que se esparcía por el pasto verde claro. La luz se prendió. Ella se sobresaltó.
-Soy yo, no te asustes. Vamos, tenemos que irnos.-Bre estaba parado en el marco blanco de la puerta.
Abrazó a Xaia con fuerza. Tenía miedo.
-Sí.
Caminó por el pasillo, apagando todas las luces a su paso. Salieron por una puerta de madera que daba a una parte de plantas crecidas del patio empedrado en el cual se podían esconder.
El fuego ardía en todas las flores y el aire cálido empezaba a llenarse de humo. Mei miraba esa escena llena de dolor. Loi le tocó el brazo, haciéndole sentir el mismo calor que sintió hacía apenas diez minutos, con la cálida brisa natural de una noche que parecía perfecta.
Corrieron. Bre tenía una bolsa que habían preparado desde el día en que se mudaron a "La Casa Roja". Tenía lo indispensable para que pudieran vivir bien en algún otro lado. Llegaron al puerto. La luna redonda y blanca y las estrellas plateadas se reflejaban en el mar azul, elegante, tranquilo, que ondulaba con la brisa cálida. A la izquierda, el barco. Imponente, rojo.
-Vamos.-Bre tomó de la mano a Mei.
-Sí.
Loi, que ya estaba subiendo al barco, llamó a su hija.
Todos estaban ya a bordo. Ahí, por fin, Mei pudo empezar a llorar.